Docenario Guadalupano Viernes, 12 de diciembre de 2014 -
Padre Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
El Plan de salvación que tiene Dios sobre la humanidad nos lo ofrece a cada uno de nosotros para que podamos participar en su Reino glorioso por toda la eternidad. Y lo tenemos que asumir desde su perspectiva, que es sabia y poderosa, para que lo acojamos y lo vayamos realizando con eficiencia para que vaya tomando cuerpo cada día, cada año y cada siglo con nuestra colaboración y aun a pesar de nuestros pecados y la turbia historia de la humanidad. Sin embargo, Él es fiel, siempre fiel con todos nosotros y lo llevará hasta su realización final. Este Plan comprende al Acontecimiento Guadalupano en su importancia mundial. Dios ha querido que María esté ligada con este Plan, de manera especial, bajo su advocación Guadalupana y esto nos compromete como país a responderle a Dios mejor que como lo hizo su otro pueblo escogido, Israel. Por haberle fallado estamos como estamos y hemos de convertirnos a una vida de verdaderos hijas e hijos suyos para que brille su inmenso amor por nosotros en todas las latitudes del mundo. Pongámonos a su disposición sabiendo que Jesús, el Espíritu Santo y María de Guadalupe nos acompañarán en nuestra respuesta. A caminar con Ellos y Ella y a colaborar unos con otros para vivir en paz, justicia y fraternidad gozosa.
Primera consideración: Preparen el camino del Señor (Is 40, 3). Desde siglos, antes de la aparición de Jesús en la Tierra ya los profetas fueron convocados por el Padre para prepararle el camino a su Hijo. Ellos cumplieron su misión de anunciar tan gran acontecimiento y prepararle caminos al Señor que llegaría siglos después. Admiremos esta cariñosa Providencia del Padre para su Hijo y agradezcamos a los profetas su colaboración. Jaculatoria apropiada: Dios Padre, te alabamos y bendecimos, pues con Tu Providencia admirable le preparaste el camino a Tu Hijo.
Segunda consideración: Dice Dios: Construyan una calzada para el Señor. El Padre quiere que construyamos algo nuevo, que no nos quedemos de brazos cruzados porque su Reino tiene que llegar para el bien de todos. Es la condición para que “se revele la gloria del Señor” (Is 40, 5). ¿Estamos dispuestos a hacer tangible y construir el Reino del Padre según el estilo de Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo y la ayuda de nuestra Madre Amada, de San Juan Diego y de much@s sant@s que nos acompañarán gozosos? Pidamos que así sea.
Tercera consideración: Hay que anunciar con fuerza la llegada poderosa del Señor. Dios nos pide que anunciemos con fortaleza, unión, congruencia y perseverancia su reinado que implica la conversión y que pide entrega, dedicación y esfuerzo, aunque de hecho de su parte llega y está llegando continuamente gracias a su misericordia. Pero, ¿estamos realmente convencidos de la necesidad de que este Reino suyo llegue para tod@s? Santa María nos acompañará e inspirará cómo irlo haciendo, como lo hizo de manera tan perfecta en el Acontecimiento Guadalupano en el tiempo de Juan Diego. Oremos para que así sea.
Cuarta consideración: La llegada del Reino de Dios es por fidelidad suya… Dios no puede desmentirse a sí mismo. Y si se ha comprometido con nosotros ha sido por su inmensa bondad. Él nos llama a colaborar con Él para que en verdad pueda haber mejores vías y caminos para que la comunidad humana y nuestro país, de manera privilegiada, seamos salvados. Como nos dice San Pedro: “Nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia” (2Pe 3, 13). Oremos para que llegue a México este nuevo estilo de vida, a todos con nuestra colaboración.
Quinta consideración: Las mensajeras y misioneras que han de preparar los caminos de Dios. Dios confía en nosotros, como confió en María, en San José, en Juan Diego… Es increíble lo que han podido hacer muchos hombres y mujeres de todos los tiempos y en casi todos los lugares porque confiaron en Dios y confiaron en sí mismos. Leemos que en “cumplimiento de la Palabra del Señor apareció en el desierto Juan Bautista.” (Mc 1, 4) un hombre fuera de serie que preparó el camino del Señor Jesús en su tiempo, pero que tuvo que prepararse fuertemente para realizar su misión. Hoy nos toca a nosotros, como discípulas y misioneras suyos, seguirnos capacitando de muchas formas para prepararle el camino al Señor en este lugar y en este tiempo que nos ha tocado vivir en este México querido. La defensa y salvación que nos ofrecen María y Jesús nos invitan a hacer lo mismo para construir una Patria solidaria. María vino a defender a los indígenas de la opresión que ejercían sobre ellos los recientes conquistadores y vino a mostrarles a ellos que era preciso que fueran hermanos y se hermanaran con los conquistados. Los grupos humanos que se encontraron entonces eran los naturales de estas tierras con todas sus creencias y valores y los que venían del otro lado del mar con los suyos. Cada grupo defendía lo suyo. Pero Ella los impulsó a caminar juntos en reconciliación y en nuevos caminos de paz. Y se fue haciendo el mestizaje que hoy gozamos y defendemos. Nuestra salvación, como dicen los salmos, ha venido del Señor y también de Santa María de Guadalupe. Defendamos también hoy nuestros valores humano-cristianos heredados y adquiridos y ofrezcamos nuestros apoyos a los más necesitados, a los que han ido perdiendo su dignidad para que se reencuentren consigo mismos en Dios y así ir haciendo una Patria solidaria, justa y participativa para todos. ¿Cooperamos para esto en nuestras familias y parroquias? ¿Estamos en grupos de servidores y nos preparamos allí para ser mejores servidores del Reino? Si no, ¿qué estamos esperando..? Pongamos nuestra capacitación en manos de nuestra Madre, Ella sí que sabe educar y capacitar como lo ha demostrado con Jesús, San Juan Diego y tantísimos más. Glosemos y vivamos de la siguiente manera el canto tan conocido de “Mexicanos volad presurosos” y digamos: “Mexicanos vivamos alegres, nuestra tierra María visitó; Ella espera de todos nosotros: vida nueva, justicia y amor”. Apoyos bíblicos: Is 40,1-5.9-11; Salmo 85(84); Mc 1,1-8; Jn 15, 9-14; 1Jn 4,7-21. -