Docenario Martes, 9 de diciembre de 2014 -
Fiesta de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Estamos a unos días de celebrar la gran fiesta de Nuestra Madre, Santa María de Guadalupe. Hoy celebramos de manera muy especial a Juan Diego, el primer gran héroe nacional. Pero él no estaría en nuestra historia de una manera tan importante si no hubiera estado junto a él nuestra Madre Santísima, la más perfecta de entre todos los Santos y Santas de Dios y si él no hubiera acogido y vivido con plenitud su propia vocación y misión. Nos vamos a detener en la persona más importante para la evolución de la fe en el México del siglo XVI, en los inicios de la evangelización de este inmenso territorio de América: Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el profeta de Dios y de Santa María de Guadalupe. Él nos podrá iluminar en el camino que hemos de recorrer como él para levantar a nuestro país de la postración en que está, como él lo hizo en su tiempo, en que estaba terriblemente dañado por la Conquista. Pidámoselo.
Primera consideración: Juan Diego, un hombre cabal, hombre de su pueblo. Lo primero que conocemos y admiramos de Juan Diego es que fue un hombre muy de su tiempo, enraizado en las costumbres de su pueblo y muy apreciado. Hizo honor a su nombre indígena: Cuauhtlatoatzin, el que habla como águila. es decir, tener la misión de dar las mejores noticias, de luchar los mejores combates. Así fue Juan Diego. De él decían en su tiempo a los niños y jóvenes: “Ojalá seas un Juan Diego”. Aprendamos de él a vivir a fondo nuestra propia vocación. Jaculatoria para este día: Juan Diego del Tepeyac, enséñanos a contemplar a Jesús, Eucaristía, que en los sagrarios está.
Segunda consideración: Juan Diego, un hombre que supo cultivar su fe. El relato de las apariciones se inicia cuando Juan Diego va a México, desde Tulpetlac, a 14 kilómetros de Tlatelolco, para su clase de catecismo. Nos dice la narración: “Era sábado, muy de madrugada, venía para seguir las cosas de Dios y sus mandatos…” (N.M. 6). Él fue un hombre casado que se había preparado para su Bautismo junto con su mujer, Malintzin, que falleció poco tiempo después de haberlo recibido. Pidámosle que nos enseñe a cultivar nuestra fe, sobre todo en la presencia del Señor en el misterio Eucarístico como él lo hizo. Y que nos ayude a tener más fe todos los mexicanos aun a pesar de que las circunstancias sean tan contradictorias.
Tercera consideración: Juan Diego, un hombre que creyó en los sacramentos de la Iglesia. Podemos darnos cuenta de cómo estimó Juan Diego los sacramentos al considerar que tenía que recorrer tantos kilómetros desde su casa hasta el centro de la gran Tenochtitlán y esto cada domingo. Pero, además, en el relato aparece que ante la enfermedad de su tío Juan Bernardino no dudó en cumplir el deseo de su pariente para que “… saliera hacia Tlatelolco para llamar a algún sacerdote que fuera para confesarlo, que fuera a prepararlo porque ya estaba seguro que era el tiempo, el lugar de morir…” (N.M. 97 y 98). Como buen cristiano adulto en su fe, Juan Diego se encaminó hacia México a solicitar los auxilios espirituales pedidos por su tío… Aprendamos de él a hacer los servicios que se nos piden y también a estimar y participar en nuestros sacramentos. Alejarnos de ellos es sucumbir ante los enemigos espirituales que buscan nuestro daño.
Cuarta consideración: Juan Diego estimó de manera especial el sacramento de la Eucaristía. Los cristianos católicos, adultos en nuestra fe, no podemos dejar a un lado la celebración eucarística y la participación activa en el sacramento que nos entrega al mismo Jesús. Comer de su Cuerpo, beber de su Sangre es indispensable para vivir con heroísmo, al estilo de Él, hasta dar la vida por los demás. Eso no se puede lograr sin la fortaleza que da la Eucaristía. Bien lo sabía y así lo vivía Juan Diego, quien aparece que participa en la Eucaristía del domingo 10 de diciembre en Tlatelolco antes de ir a hablar por segunda vez con el obispo fray Juan de Zumárraga. Dice la narración original: “Y a eso de las diez fue cuando ya estuvo preparado: se había oído misa y se había nombrado la lista y se había dispersado la multitud… Juan Diego se dirigió a la casa del Señor Obispo” (N.M. 69-70). Nosotros, ¿qué tanto estimamos la Eucaristía; sacamos fuerza de ella? ¿Cómo nos preparamos y participamos en ella? (Lc 22, 10-20).
Quinta consideración: Juan Diego amó muchísimo a Santa María de Guadalupe. Imaginemos la cantidad de tiempo que Juan Diego se pasó ante la Imagen-presencia de la Virgen Guadalupana. Durante horas él tuvo tiempo para atenderla durante 17 años en la casita de la Señora del cielo y de la tierra; tuvo pláticas íntimas con Ella, la dio a conocer a miles. Aprendamos de Juan Diego este amor a nuestra Madre a quien decía: “Mi Niña, Mi jovencita, Santa Madre de Dios, Mi Dueña, La Amada Madre de Dios.” (N.M. 110. 116. 165). Él nos enseñe a amarla así, a estar con Ella, a darla a conocer y amar a otr@s lo mismo que al Señor Jesús, Nuestro Pan, Luz, Vida y Salvador… ¿No será que México está tan postrado por haber abandonado al Señor; porque las familias ya no son fieles para vivir con alegría los compromisos contraídos con Dios en el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, el Matrimonio sacramental..? Volvamos a la fidelidad con Él, el Dios de la vida y del amor y México mejorará, progresará, porque Dios y María son fieles. Apoyos bíblicos: Lc 2, 41-52; Col 3, 1-17; Salmos 111(110) y 148. -
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