9.12.2013

Docenario Guadalupano

Docenario Guadalupano

Padre Joaquín Gallo Reynoso

  La fe del pueblo mexicano en su cofundadora
Estamos en el mes de la Patria, en medio de una serie de problemas fuertes como las iniciativas para las nuevas leyes de Hacienda, el caso de las energías, la reforma política y la muy debatida ley y reforma de la educación.
Como si fuera poco, la violencia y los secuestros han aumentado y un malestar y sinsabor generalizado se siente en todo el país. Sentimos, como el pueblo de Israel, una aparente ausencia de Dios, sensación de orfandad. Pero Dios nos dice: “¿Puede una madre olvidar al hijo de sus entrañas? Pues Yo -Dios- tampoco me olvidaré de ti.” (Is 49, 15).
En esta confianza seguimos avanzando porque Él es fiel y porque en su amor fiel nos mandó a María para que fuera con Él cofundadora de nuestra Patria. Ella es lazo de nuestra unión, Vida de nuestra Patria, porque Él todo amor-todo fiel así lo ha querido para siempre. En el Credo decimos de Jesús “que nació de Santa María Virgen”. Nosotros decimos aquí: nacimos de Dios y de Santa María de Guadalupe. como país, como una nación propiedad de Ellos.
Meditemos estas buenas noticias y sigamos viviendo como creyentes en la vida eterna que el Señor Jesús nos ha conquistado y que el Espíritu Santo, con la ayuda de María, viene realizando entre nosotros.

Primera consideración: Dios convocó a un pueblo indígena, del territorio mexicano y desde el siglo XIII, para que fuera pueblo de su elección y primogénito de América.
Lo que hoy somos viene en línea directa desde Dios “porque Él nos amó primero” (1 Jn, 4, 19). En el siglo XIII un pueblo de la costa noroccidental de nuestro país, a los que hoy llamamos aztecas, fue llamado a dejar su tierra -como Israel- para llevar al cabo un plan que Dios le mostró cuando le señaló el lugar al que debía de llegar, en donde encontraría, en medio del lago, un águila devorando una serpiente; ésa sería la señal para que supiera que allí era la tierra prometida. El pueblo se puso en marcha comandado por Tenoch y llegó, muchísimos años después, al lugar prometido, llamado Tenochtitlán por ellos, hoy ciudad de México. Un pueblo con vocación divina, como el antiguo Israel. Y Dios, como siempre, cumplió su promesa. Jaculatoria apropiada: Santa María de Guadalupe, nuestra Madre espiritual; acógenos en tu regazo, Madre sin igual.

Segunda consideración: En la plenitud del tiempo escogido para América Dios mandó a su Hijo, por medio de María, al Tepeyac. La Providencia y la ciencia de Dios intervinieron para que el 12 de diciembre de nuestro calendario actual la Santísima Virgen llegara al Tepeyac con Jesús. Así se cumplía la promesa hecha antes al pueblo azteca de que vendría el Gran Sol para iluminarlos, precisamente en la fecha señalada en el calendario azteca: solsticio de invierno del año 13 Caña, para ellos; 12 de diciembre para nosotros. Agradezcamos la Providencia y tantos signos tan bellos, precisos y amorosos de parte de Dios para todos nosotros.

Tercera consideración: María, al traer a Jesús, llenó de alegría al pueblo que se estaba iniciando para que fuera hecha una recreación fundamental para América desde México.
Es admirable cómo Dios fue suscitando las inquietudes en pueblos de Europa para que salieran a indagar qué había más allá de lo que conocían. Y por eventualidades humanas llegaron a América. Se inició el mestizaje dentro de una serie de percances que dejaron a los indígenas descorazonados, sin creer ya en sus mismos dioses de quienes eran tan devotos. Pero Él suplió con creces lo que ellos imaginaban y creían de Él. La evangelización traída desde Europa facilitó el conocimiento del Verdadero Dios por quien vivimos y el Acontecimiento Guadalupano vino a confirmar que Jesucristo es el Verdadero Sol y Camino para toda la humanidad. Nos maravillamos de este plan de salvación para toda América y el mundo, y damos gracias a Dios, “el que está siempre cerca y junto a nosotros.”, como decían los antiguos aztecas a su dios.

Cuarta consideración: María se declaró Madre Compasiva de todos los habitantes de estas tierras y de cuantos en Ella confiemos. Al llegar nuestra Madre al Tepeyac se le presentó a Juan Diego como madre: “No estoy Yo aquí que soy tu Madre. Soy Madre Compasiva tuya y de todos los habitantes de estas tierras. de las variadas estirpes de hombres. y de cuantos en Mí confíen.” (N.M. 119 y 29-30).Éstas sí que son palabras que nos reconfortan ahora ante los acontecimientos y amenazas que estamos viviendo. Confiemos en Ella porque ha venido enviada por Dios, como su aliada principal para esta nueva etapa de la humanidad.

Quinta consideración: México celebra a María como ningún país y siente a Santa María de Guadalupe como Reina, Madre, Mensajera de Dios y cofundadora con Él de nuestra Patria. La mayoría de los que somos mexicanos nos sentimos orgullosos de que Dios se haya fijado en nuestra pequeñez para hacernos su pueblo de las promesas, pueblo de la Alianza, como dice el Salmo 147 a propósito de Israel y que lo aplicó al Acontecimiento Guadalupano el papa Benedicto XIV hace más de 250 años: “Dios no ha hecho cosa igual con ninguna otra nación ni le ha manifestado tan claramente sus designios”.En verdad que la llegada de Ella al Tepeyac apaciguó los contrastes y facilitó el mestizaje y los cuidados a favor de los pueblos indígenas. Por este su real compromiso con nosotros la amamos y veneramos como nadie, al menos en América: Ella está viva y presente en nuestra historia, tradiciones, templos, cofradías, congregaciones, puestecitos, banderas, estampas y hasta en las calles. Por eso le cantamos: “Que viva la Virgen, la Guadalupana, que ha demostrado que tanto nos ama.”. Ella, nuestra Madre Amada, que nos ayude a ser el pueblo que Dios quiere que seamos para que todos tengamos la abundancia de vida que Dios ha traído a nuestro mundo a través del Señor Jesús, y de manera especial aquí, junto con Santa María de Guadalupe, cofundadora con Dios, de nuestra Patria.Apoyos bíblicos: Is 46, 10ss; Salmo 147; Apoc 12, 1-2; Jn 2, 1-12 y 19, 25-27.Texto del Concilio Vaticano II, Constitución “Lumen Gentium (La luz de todos los pueblos)” en el capítulo VII, el número 50, párrafos 1 y 4, y en el capítulo 8, números 52, 53 y 60 a 62.Con Santa María de Guadalupe proclamamos la presencia de Cristo en la Eucaristía.Para la gloria de Dios y de Santa María de Guadalupe.

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