4.21.2013

saludo a la Virgen

Les invitamos a dirigirnos a María Santísima con el saludo que le dirigía San Francisco de Asís a la Bienaventurada Madre del Redentor:
   
Salve, Señora, Santa Reina,
Santa Madre de Dios María,
que eres virgen hecha Iglesia
y elegida por el Santísimo Padre del Cielo,
consagrada por Él con su Santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Paráclito,
en la que estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien.

Salve, palacio suyo; salve, tienda suya;
salve, casa suya; salve, vestidura suya;
salve, sierva suya; salve, madre suya,
y todas vosotras, virtudes santas,
que por la gracia y la iluminación del Espíritu Santo
sois infundidas en el corazón de los fieles a Dios.
 
Marisa y Eduardo

como rezar el rosario


4.12.2013

Docenario Guadalupano abril 12

Docenario Guadalupano

Padre Joaquín Gallo Reynoso

Viernes, 12 de abril de 2013


El Resucitado-Resucitador y la misión de Santa María de Guadalupe

Hermanas y hermanos:

Un saludo pascual lleno de gozo y esperanza: el Señor resucitó para convertirse en el Señor de la vida. Los invito a que sigamos nuestras consideraciones de este año, a las que he titulado “Nuestra fe y el Acontecimiento Guadalupano”. Que las reflexiones y gozos que nos da nuestra fe las mantengamos alertas para un mayor servicio al Dios de la vida.

En las últimas semanas experimentamos un sentimiento ambivalente, como de cierta muerte, ante la renuncia del papa emérito Benedicto XVI. Ahora, después de la elección de nuestro papa Francisco, sentimos como un aire de vida, de resurrección. Y seguimos profesando nuestra fe en el Verdadero y Único Dios Tripersonal que es capaz de sacar a un pueblo, a una cristiandad católica de las sombras, a la luz. Algo por el estilo pasó en México con el Acontecimiento Guadalupano cuando, al final del primer tercio del siglo XVI, Dios mandó a su amada Hija, Madre y Templo a resucitar a los pueblos que yacían “en tinieblas y sombras de muerte” para levantarlas al gozo, la alegría, la consolación.

En este mes del Resucitado-Resucitador confirmemos nuestra fe en el poder de la resurrección de Jesús que nos sigue levantando, resucitando a nueva vida, a nuevos soles, a nuevas esperanzas con el apoyo de nuestra Santa y Gloriosa Madre.

Primera consideración: Jesús “resucitó al tercer día según las Escrituras.”.

En nuestro Credo proclamamos el triunfo de Jesús que venció al pecado, a la muerte, al infierno. Solamente los que vieron y palparon a Jesús después de su resurrección pudieron ser testigos veraces de haber convivido, comido y disfrutado con quien había sido su amigo, su pastor, su salvador inigualable. Disfrutemos con ellos este acontecimiento según las narraciones de los evangelistas. Demos gracias al Padre y al Espíritu Santo por haber resucitado a Jesús para cambiar el sentido y el rumbo de la historia humana.

Jaculatoria apropiada: Jesús Resucitado, Dador de nueva vida, ayúdanos a ser mensajeros de Tu dicha.

Segunda consideración: María, testigo de la resurrección del Señor.

En los Evangelios no aparece que María haya visto al Señor resucitado, pero mencionan a muchas personas sin nombrarlas personalmente que vieron a Jesús. San Pablo habla de una aparición ante más de 500 personas (1Cor 15, 6); en cualquiera de ellas pudo estar nuestra Madre. San Ignacio de Loyola dice que tenemos entendimiento para comprender que debió de haber sucedido. Imaginemos el momento: ¡Cómo se vieron, se abrazaron, se dijeron palabras hermosas de mutuo agradecimiento..! Veamos la escena y demos gracias por este regocijo de eternidad que Ellos vivieron juntos.

Tercera consideración: La pasión dolorosa de los pueblos indígenas en la época de la Conquista.

Poco antes de las apariciones de la Virgen en el Tepeyac era tal la vida y situación de los indígenas del Valle de México y sus alrededores que fray Juan de Zumárraga escribió al rey de España que si Dios no intervenía todo se iría al caos. Imaginemos el dolor de esos hermanos y hermanas de distintas etnias que estaban sufriendo la fuerza y opresión de los conquistadores, además de las pestes que disminuyeron mucho el número de habitantes.

Lo peor era que se sentían traicionados y abandonados por sus dioses.

Es muy difícil para nosotros imaginar tal dolor. Pidamos por las mismas etnias que todavía siguen desprotegidas y sin los apoyos necesarios para llevar una vida más digna de la que viven actualmente.

Cuarta consideración: Santa María de Guadalupe, reveladora de Jesús en el Tepeyac. Dios, desde su Providencia, ya sabía todo lo que iba a suceder en la Nueva España por esos años y ya tenía preparado desde siglos anteriores su plan de salvación para este hemisferio de la Tierra. Así, fue preparando a la Virgen para que viniera a anunciarles a esos hermanas y hermanos, con toda su ternura materna, que Dios venía a visitarlos y consolarlos a través de Ella. Hasta su indumentaria les habló de cómo, el que Ella traía en su seno era el Gran Sol nuevo que ellos esperaban. Dejémonos cautivar por este amor de Dios y actuación magnífica de su maravillosa misionera.

Quinta consideración: Los pueblos indígenas resucitaron gracias al Acontecimiento Guadalupano.

Una vez que María vino a México, se le apareció a Juan Diego y a través de él dejó para el obispo y para todo el hemisferio su Gran Señal, los pueblos volvieron a la vida, cantaron y danzaron como nunca y una gran multitud, más de cinco millones, fueron bautizados porque querían ser hijos de Ella y hermanos del Señor Jesús. De este modo el Señor Jesús apareció como quien, a través de su santa madre, vino a resucitar a todos los pueblos de América que estaban en tinieblas. Alabemos este grandioso Acontecimiento Guadalupano que ha marcado al mundo entero para siempre (Nican Mopohua números 194-198).

Apoyos bíblicos: Is 40, 1-11; 52, 13-15 y 53, 1-12; Jn 11, 20-27; Apoc 12, 1-5.

Citas apropiadas del Concilio Vaticano II: Constitución Pastoral “Gaudium et spes (Los gozos y las esperanzas)”, números 1, 2, 3 y 91, 92, 93; Constitución “Lumen Gentium (Cristo, luz de los pueblos)”, número 5; Constitución “Dei Verbum (La Palabra de Dios)”, número 4; Decreto “Ad Gentes Divinitus (Enviada por Dios a los pueblos: Sobre la misión de la Iglesia)”, número 3; Decreto “Unitatis redintegratio” para promover la restauración de la unidad, 2.
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