Celebrar el Adviento significa despertar a la vida la presencia de Dios oculta en nosotros.
Para ello hay que andar un camino de conversión, de alejamiento de lo visible y acercamiento a lo invisible.
Andando ese camino somos capaces de ver la maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo.
Andando ese camino somos capaces de ver la maravilla de la gracia y aprendemos que no hay alegría más luminosa para el hombre y para el mundo que la de la gracia, que ha aparecido en Cristo.
El mundo no es un conjunto de penas y dolores, toda la angustia que existe en el mundo está amparada por una Misericordia amorosa, está dominada y superada por la benevolencia, el perdón y la salvación de Dios.
Quien celebre así el Adviento podrá hablar con derecho de la Navidad feliz, bienaventurada y llena de gracia. Y conocerá cómo la verdad contenida en la felicitación navideña es algo mucho mayor que ese sentimiento romántico de los que la celebran como una especie de diversión de carnaval.
Benedicto XVI. Adviento 2006
Benedicto XVI. Adviento 2006
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