Carta de María a un sacerdote
Muy amado hijo mío:
Hoy quiero entregarte este ramillete de palabras como bálsamo perfumado para tu corazón.
Sí, para ese corazón tuyo cuyas luchas conozco y sufro.
Para ese corazón que siente, a veces, que los sueños de los primeros años le han quedado lejanos, que la rutina lo desgasta y la soledad ¡Ah, la soledad! es compañera cansadora.
Hijo amado, quiero decirte que, en este camino que has aceptado seguir, soy siempre tu Madre.
Conozco el trayecto y sé lo que necesitas en cada dolor, en cada desilusión, en cada aparente fracaso…
¿Cómo lo sé?
Sencillamente porque soy la Madre de Aquel que no sólo recorrió esos caminos sino que los dibujó para todos aquellos que, cargando su cruz, aceptasen seguirlo.
Así, ha habido para ti una “Anunciación” en la que, aceptando el llamado de la Santa Vocación, has hecho nido tibio en mi Corazón.
También has caminado hacia un Belén que, muchas veces, te pareció lejano y el ruido de tantas puertas que se cerraban te lastimó el alma.
Pero allí estaba yo, mostrándote un simple lugar donde “nacer” en el día de tu ordenación sacerdotal.
Un Belén escondido, unas manos vacías… sí, unas manos en espera que quedaron solas cuando, luego de la ceremonia, todos regresaron a sus casas.
¿Recuerdas tu primer dolor como sacerdote?
Fue cuando llegamos al Templo y Simeón hablaba de espadas que no podías ver.
Allí te abracé en silencio y te acompañé desde la sonrisa del más pobre de tus feligreses, desde el abrazo del más olvidado de los niños, desde la mirada del enfermo más solitario que visitaste…
Recuerdo cuando tomé tu corazón, apurada, porque había que huir a Egipto, a un lugar seguro, porque una tentación fuerte y hábilmente disfrazada, amenazaba tu alma….
Y te acompañé al destierro y te abracé tantas veces… enjugué tus lagrimas con mi manto mientras dormías…
Luego, hijo, luego es el tiempo de la vida oculta, del Nazaret de silencio, donde la rutina te desafía escondida en cada rincón, con su voz monótona y gris:
“¿Para qué?
Si siempre es igual, si nada cambia”.
Allí estoy contigo, para hacerte ver tus escenas simples, de las cuales sacarás enseñanza para ti y para los que te han sido encomendados.
Te enseño a valorar el “dracma” que perdiste, te enseño a poner “la lámpara” donde alumbre mejor, a usar bien la “levadura” en el pan que amasas y a cuidar la “sal” para que no se torne inservible.
Bien sé, hijo, de tus llantos escondidos y tus planteamientos silenciosos en estos días…
Te pido no trates de guardarlos en ti, sino ponlos en mi Corazón, que haré brotar de ellos, frutos inesperados.
Luego, amado mío, vendrá el tiempo del desierto, esos “40 días” que tendrán la extensión que necesites para vencer las tentaciones…
¡Ah, las tentaciones!
No creas que llegarán a ti con un letrero que las identifique
¡Nada más lejos de eso! No, hijo mío, llegarán a ti con tan sutil disfraz, con tan hábil planteamiento, con tan disfrazada verdad que, a no ser que corras a refugiarte en mi Corazón, Rosario en mano, te será casi imposible reconocerlas.
Mi amado Jesús me advierte cuando está por permitirlas y me alcanza las armas he de hacerte llegar para vencerlas…
Debes saber que el puente que nos une es el Santo Rosario y por medio de él te llegaran al alma las “armas” con las cuales has de vencer la tentación.
Jamás dialogues con ella, te envolverá, jamás juegues con ella, te ganará con trampas que ni imaginas, jamás la subestimes, porque saltará sobre ti cuando menos la esperes.
Valora este tiempo difícil y, Rosario en mano, lucha por salir adelante.
Jesús te mostró cómo se hace.
Yo te sostengo y te alcanzo Su Gracia, pues sólo su Gracia te basta.
Otro tramo del camino será cuando hables y muchos te escuchen y seas apreciado por aquellos que te conozcan.
Valora este tiempo de “descanso” pero no te aferres a él.
Mira a Jesús, muchos le acompañaron en el Sermón de la Montaña y en la Multiplicación de los panes, cuando calmaba el hambre de las almas y de los cuerpos.
Y más había cuando entró triunfante en Jerusalén… pero… ¿Cuántos había después? ¿Cuántos, junto a la Cruz?...
Este tiempo es valioso, hijo mío, muy valioso.
Muchas almas se acercarán a ti buscando caminos.
Almas que llegarás a conocer y a guiar profundamente hacia el más alto de los destinos: la santidad.
Pero habrá otras almas….
A las que verás sólo una vez, a las que podrás decir sólo unas pocas palabras… palabras que serán, para esas almas, como lluvia fresca en un desierto demasiado árido… debes tener en cuenta, hijo, que será la única “lluvia fresca” que recibirán en mucho tiempo.
Por esta razón te suplico seas muy cuidadoso con estas almas, que no siempre llegarán a ti por su voluntad.
Las hallarás comprando tu pan o tu ropa, haciendo un trámite, cruzando una calle.
¡Cuán grande ha de ser tu ministerio con estas almas!
Cuán profundas y llenas de amor tus palabras, cuán serena tu mirada, cuán valioso tu ejemplo.
Me explico mejor: No importa lo engorroso que sea el trámite que estás haciendo, lo largo de la espera y lo rápido que debas terminarlo.
Nada de eso es importante. Son sólo circunstancias.
Cuando llegues al mostrador aleja de ti la bronca y el mal humor, vístete de la paciencia de Cristo y dile a la empleada:”Buenos días, princesa”.
Ella, seguro, te responderá:” ¿Princesa yo?
Bien lejos estoy de eso”.
Tu dile: “Eres hija de la Reina del Cielo.
Aunque el mundo entero ignore tu dignidad, nadie puede quitártela”.
Este saludo, hijo, le dejará el alma perfumada y hasta quizás, la puerta de su corazón abierta para que mi Hijo entre, pues hace mucho que espera….
Recuerda que no sólo eres sacerdote “para siempre” sino “por siempre” o sea, veinticuatro horas al día… eternamente.
Así, un día caminarás sobre alfombras de olivos, pero también habrá un gallo que cantará tres veces para ti.
Y llorarás amargamente y tus lágrimas serán camino para otros.
Llorarás sí, pero jamás solo, porque en mi manto se enjugan todas tus lágrimas
Llegará el tiempo de la Pasión y la cruz te parecerá demasiado pesada.
Sentirás que no tienes fuerzas ni para un paso más.
No temas, hijo, que mis súplicas a Jesús alcanzarán para ti un Cireneo.
No pidas que se vaya la cruz, pues ella es la puerta de la Resurrección.
Pide más bien aprender a llevarla, para que otros sepan que también pueden llevar la suya.
Sé cireneo de cuántos hermanos agobiados se te acerquen.
Cireneo de sonrisas, de palabras serenas, de cariño sincero, de compañía silenciosa.
No sólo cireneo de pan, porque el pan dado sin amor, sabe amargo.
Te he dicho que estoy contigo en cada instante, pero hay un momento especial de tu día, en que tus manos y las mías se entrelazan.
Es la Santa Misa. Allí, donde tú te haces nada y puente, para que mi Hijo sea pan para las almas, pan para el mundo.
Tu le sostienes entre tus manos como yo le sostenía entre las mías, allá en Belén.
Son tus manos consagradas las que Él elige para venir a cada corazón, tus manos, solamente tus manos
¿Comprendes? Tus manos son puente entre Jesús y las almas…. Sólo las tuyas….
Puente que va naciendo, momentos antes de la Misa, cuando Jesús toma tus manos para quitar el peso de los pecados en el corazón de aquellos que se acercan a El en la Confesión.
Y en tus manos se queda su perfume…
¿Crees que hay otro medio por el cual estas almas alcancen tan extraordinario alivio?
No hijo, no lo hay.
Ahora es tiempo de que hablemos de ese profundo dolor que llevas.
Si, de ese que ni siquiera sabes por dónde empezar a contármelo.
Hablaremos una y otra y otra vez, las que necesites.
Te espero junto al Sagrario, allí, donde está mi amado Hijo.
Tengo abundantes Gracias para derramar en tu alma, Gracias que te darán la constancia y fortaleza que, ahora, crees lejana.
Ven, hijo, te esperamos, Jesús y yo….Hasta cada minuto en el SagrarioDesde el almaTu mamáMaria de Nazaret
AUTOR: Maria Susana Ratero.
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