9.24.2009

ORACIÓN A MARÍA DEL ROSARIO DE SAN NICOLÁS



ORACIÓN A MARÍA DEL ROSARIO DE SAN NICOLÁS

María,

Madre Nuestra, desde el “Bendito el fruto de tu vientre”, hasta el “Ahí tienes a tu hijo”;

Madre Nuestra, desde el “Hagan lo que Él les diga”, hasta el cenáculo, acompañando a la Iglesia orante en la espera del Espíritu Santo prometido;

Madre Nuestra, desde Guadalupe y Luján, adelantándote a nosotros para esperarnos y que fuéramos Nación;

Madre de la Iglesia, a quienes nos diste a luz en Jesús, tu Hijo y nuestro hermano;

Aquí estamos hoy, desde el Norte y el Sur, desde el Este y el Oeste, donde nos acompañas en cada rincón, por más lejano que se encuentre de este bendito lugar;

Queremos expresarte nuestro amor, nuestro agradecimiento y nuestra súplica, porque te has manifestado nuestra madre para recordarnos el camino del encuentro con Jesús y fortalecer el vínculo fraterno que nos distingue como miembros de esta gran familia mariana.

Por tu respuesta fiel al proyecto de Dios, asociada a su plan salvífico a favor de su gloria y de nuestro bien, fuiste coronada por encima de todo lo creado, gozando del triunfo de la victoria de Jesús sobre el dolor, el pecado y la muerte!

Te vemos gozosos, participando de esa plenitud alcanzada porque fuiste la servidora del Señor, misión que se prolonga para nosotros en este tiempo en el que libramos la gran batalla, iluminados y aleccionados por tu ejemplo que celebramos, llenos de esperanza en tu mediación maternal, para que podamos también nosotros alcanzar la victoria.

Lo que ceñiremos en tu frente y en la de tu Hijo, no será sino una sublime expresión de gratitud y reconocimiento por ser la causa de nuestra salvación cuando nos diste a Jesús, por quien somos tus hijos y hermanos entre nosotros.

La humildad y pequeñez de tu servicio incondicional al querer de Dios ha significado tu mayor grandeza, porque gracias a tu actitud de despojo Él creció y te hizo partícipe, asociándote a su obra redentora.

Tu camino va de la mano con el de Jesús, nuestro camino, y así , te has convertido en el fruto más espléndido de su obra y, para nosotros, en el modelo de santidad y adhesión al plan de Dios.

Vemos en tu vida y persona una expresiónd dócil, sencilla y, a la vez, totalizante de cómo debe ser para nosotros el modo de vivir esta relación con Dios, sin dudas ni temor de equivocarnos, convirtiéndote en un signo de esperanza.

Te alabamos, Virgen Madre, pues nos diste al Redentor que alcanzó pan para nosotros la gracia y la salvación.

Eres el gran prodigio que creó Dios por bondad.

Eres la promesa de victoria, nuestro triunfo sobre el mal.

Madre de la Iglesia, hoy queremos proclamar tu grandeza en la magnitud de tu servicio de amor, queremos confesar nuestra gratitud y cercanía, desde siempre, que reconocemos, valoramos y anunciamos de generación en generación.

Este pueblo peregrino que se pone bajo tu amparo, somos tus hijos, en quienes forjaste la fe en aquel que nació de tu carne, hoy te pedimos que nos hagas semejantes a Jesús y podamos mostrar su rostro labrando la amistad entre nosotros para adelantar aquí el gozo de la patria futura.

Elegiste este lugar para que todos los argentinos nos encontremos aquí y nos embebamos de tu amor y de tu paz para compartirlo en el nombre de tu Hijo Jesús.

Esta corona que resume el querer de todos es un gesto de alegría y de gozo que nace del reconocimiento de tu humilde, silencioso y fecundo servicio que estamos felices por recibir y de alguna manera, queremos expresar la prioridad que le damos de nuestra parte.

Eres nuestra reina del corazón, de la mano tendida, del cobijo y el acompañamiento, del estar y caminar juntos, de tu mirada serena y de tu ofrenda divina al entregarnos a tu Hijo.

Eres la inspiradora de nuestros grandes ideales de comunión y fraternidad, ayudándonos a vivir en la alegría y en el dolor, en la siembra, en la poda y en la sasón del fruto que madura al calor de tu mirada.

Has entrado en el quehacer cotidiano de nuestras vidas, haciendo de nuestras casas tu Nazareth; de nuestras vidas, tu misión; de nuestras conductas, tu obrar; de nuestra oración, tu disponibilidad, a lo que Dios te pidió, de nuestras comunidades, la fraternidad que nos imprime tu presencia de madre.

Esta presencia en nosotros nos convierte en discípulos de Jesús, de quien eres la maestra que eligió la mejor parte, en Iglesia como lugar de encuentro y vivencia, porque al darnos a Jesús te convertiste en nuestra madre.

Hoy, aquí, somos un signo visible, fuerte y gozoso de todo lo que haces y significas para cada uno de nosotros, que con fe grande y amor de correspondencia, queremos expresarte el lugar que ocupas en nuestras vidas.

Sabemos que como madre curarás las heridas de nuestras caídas y como maestra, nos indicarás el camino para no volver a caer.

Somos tuyos, te ofrecemos hoy nuestra vida y nuestro corazón, tu guárdanos y defiéndenos como una posesión tuya.

¿Qué más podemos darte?

Como expresión material e indeleble hemos elegido un metal de nuestra tierra, el fruto de nuestros campos y el punzón y el martillo del orfebre en manos de tu pueblo y de tus pastores para labrarte este signo de nuestro amor que hoy ponemos en tu frente como testimonio irreversible de que te queremos y te pertenecemos.

Los signos de la Cruz, del Espíritu Santo y del Rosario están por encima de todo como testimonio de tu grandeza asociada a la voluntad de la Trinidad Santísima que sintetiza toda nuestra voluntad.

Madre, como pueblo mariano, fieles y pastores, te sentimos tan cercana que nos fusionas en la intimidad de Dios, haciéndonos uno, para que el mundo crea!

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