Docenario guadalupano
Por el padre Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
Discipulado y misión en el acontecimiento guadalupano. Celebrar con Jesús y María de Guadalupe. Celebraciones eclesiales.
En todas partes del mundo constatamos que los humanos hemos celebrado cantidad de hechos, signos, personas y hasta fechas de luto; no podemos vivir sin celebrar, sin celebrarnos. La condición humana nos lleva a la celebración con familiares, amigos, vecinos, parientes, en los sitios más diversos y a las horas más insospechadas. Celebrar es vivir. Dime con quiénes celebras y te diré qué tanto has aprovechado tu vida para vivir con más alegría…
En estos días de julio hay muchas celebraciones porque muchos niños, adolescentes y jóvenes terminan alguna etapa importante o simbólica de su vida, y la familia y las instituciones educativas invitan a celebrar estos sucesos. Al parecer, muchos esperamos celebrar algo en estas vacaciones. Entre las más esperadas son algunas festividades religiosas. En este mes acabamos de tener las del Sagrado Corazón de Jesús, el Inmaculado Corazón de María, Santo Tomás Apóstol y festejaremos algunos otros con sus fiestas especiales como las Pamplonadas de San Fermín en España, Santa María Magdalena y San Ignacio de Loyola, entre otras.
Nosotros, como jesuitas, además de la anterior celebraremos los 400 años de que fue aprobado por el Rey de España que se abriera un colegio de estudios superiores en Mérida el 16 de junio de 1611. Celebremos pues.
Sin embargo, no es todo felicidad; ya hemos visto las barbaridades cometidas aquí por el “paso deprimido” del Paseo Montejo que nos puso en verdadera depresión espiritual a muchísimos al constatar la brutalidad de los porros comprados para el caso. Roguemos por Mérida y por los causantes y responsables de semejante atropello. Por lo pronto contemplemos aspectos muy bellos de nuestra vida cristiana católica y Guadalupana para celebrarlos con alegría.
Primera consideración: Celebramos a Dios. La Sagrada Familia y sus celebraciones.
En nuestra vida hay ocasiones en que captamos que Dios es Dios, no cualquier persona. Es el caso de un nacimiento, una celebración bautismal o de la Eucaristía, de una ordenación sacerdotal… En Israel, las celebraciones religiosas eran el centro festivo del pueblo pues habían hecho una alianza especialísima con Dios como pueblo de “su propiedad…” y le dedicaban desde música y danzas como ofrendas en el templo de Jerusalén.
La Sagrada Familia participó, en su tiempo, en estas celebraciones para unirse al regocijo de su pueblo.
Unámonos a esta familia tan especial y demos gracias a Dios por tantos beneficios recibidos (Lc 2, 22-24 y 41-42). Jaculatoria apropiada: Celebremos a Dios, con alegría, unidos a nuestra Madre, María.
Segunda consideración: Jesús, sus Apóstoles y discípulos celebraban las fiestas tradicionales de Israel.
En las narraciones que nos ofrecen los evangelistas contemplamos cómo Jesús fue varias veces con sus Apóstoles y discípulos a Jerusalén. Estaban inculturados plenamente en la vida y celebraciones del pueblo elegido por Dios. Unámonos a ellos para celebrarlo (Lc 8, 1-3; Mt 21, 1-11).
Tercera consideración: La Gran Celebración Eucarística de Jesús en su tiempo. María y los Apóstoles, discípulos, herederos y misioneros transmisores de la celebración Eucarística del Señor. Para nuestra alegría y fortalecimiento espiritual, para quedarse entre y con nosotros, como lo prometió, el Señor Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía para estar en una Pascua permanente entre nosotros. Sus Apóstoles continuaron esta maravillosa tradición. María misma participó en celebraciones eucarísticas de los Apóstoles en que comulgó el cuerpo y sangre del Señor a quien ella había dado vida. Imaginemos el gozo que tuvo en esas ocasiones y el mismo gozo del Señor al estar en su madre. Hoy seguimos celebrando su entrega, amor y sacrificio a favor nuestro y celebramos, también, su glorioso triunfo.
Participemos con Él, somos ahora nada menos que sus invitados, y a un amigo así no se le deja sin responder a la invitación (Lc 22, 7-20).
Cuarta consideración: El pueblo nahua, al que perteneció Juan Diego, en y con sus antiguas celebraciones religiosas, y otros pueblos mesoamericanos, con las suyas, fueron preparando las celebraciones cristianas en estos territorios.
Los ritos que usaron los antiguos mexicas y las variadas etnias vecinas celebraban de muchas maneras, y hasta con sacrificios humanos, al dios sol, al que, según ellos, los llenaba de vida y de regalos.
Establecieron también otras fiestas impresionantes en que todo el pueblo entero celebraba con regocijo los triunfos de sus dioses, los acontecimientos benéficos como la lluvia, la cosecha y hasta los muertos. Cuando llegaron los evangelizadores cristianos encontraron la tierra abonada para que aquellos pueblos y culturas entendieran el amor y la entrega de Cristo por nosotros y así conocieron y aceptaron el sentido de la Cruz, de las imágenes cristianas y tantas cosas más.
Alabemos la providencia divina que así lo dispuso.
Quinta consideración: Los pueblos indígenas, los españoles, los criollos y mestizos del altiplano mexicano celebraron con especiales fiestas la misión Mariana Guadalupana.
Gracias al Acontecimiento Guadalupano, con María como evangelizadora de Jesús y misionera suya, los indígenas comprendieron, en germen, su propia misión: tenían que ser discípulos y misioneros de Jesús y de María. Ante este hecho, los peninsulares, venidos de España, y sus descendientes comprendieron también la misión que Dios les daba y celebraron en grande estos sucesos, como consta en la Historia y el relato del Nican Mopohua(número 197-218).
Démosle gracias a Dios y a María por estos acontecimientos que nos invitan a celebrarlos con todo el corazón.
Textos bíblicos de apoyo: número 6, 22-27; 8, 5-16; 9, 1-5. 1Reyes, 8, 2-13; Hech 6, 1-7; 1Cor 11, 23-28; Heb 9, 1-9; Apoc 19, 1-10; 21, 22-27 y 22, 1-5.
Textos del Documento de Aparecida: 91, 92, 93, 99b; 258 a 265 y 549.
** Para la gloria de Dios y de Santa María de Guadalupe **
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