Docenario Guadalupano
El Hijo de Santa María de Guadalupe, el Salvador
Miércoles, 12 de marzo de 2014 -
Por Joaquín Gallo Reynoso, sacerdote jesuita
Estamos en un mes mariano por excelencia al considerar que en este mes fue la anunciación a María y la encarnación del Señor. Además, la fiesta de su amado esposo San José.
Es para todas las mujeres su mes; las felicitamos con nuestro cariño y les deseamos que sean como Ella y encuentren en sus esposos el apoyo que Ella encontró en San José. Y en sus hij@s, todo el cariño, agradecimiento y solidaridad que se merecen, como lo hizo Jesús con su Madre…
Las reflexiones serán muy esbozadas, solamente para que cada quien investigue, ore, consulte, goce, piense… Las citas son para que se lean después de cada enunciado.
Primera consideración: En el inicio de nuestra historia Dios promete que “Alguien, de la descendencia de la mujer, aplastará la cabeza de la serpiente…” (Gen 3, 1-15).
Esta Alianza la ratifica con Moisés (Ex 3, 1-15). Gocemos el amor de Dios al comprometerse con nosotros, aun siendo tan pecadores… Jaculatoria apropiada: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; Tú solo eres Santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante Ti” (Apoc 15, 3-4).
Segunda consideración: Dios hace Alianza con Abraham, a quien le promete que su descendencia será bendecida en abundancia. De ella vendrá el Mesías… (Gen 17, 1-8). La Alianza y los ofrecimientos de Dios para nosotros son increíbles, adoremos su poder, su benevolencia…
Tercera consideración: El prometido a Isaac, Jacob, David, del que hablaron los profetas, será quien libere al pueblo de Dios, el mismo Jesús… (Gen 28, 10-22; 1 Sam 16, 1-13 ). De la familia humana, de un pequeño pueblo, de un pastor sin futuro vendrá el Esperado de las naciones, el que hará la unidad en sí de todos los pueblos. Consideremos que seremos de su misma familia…
Cuarta consideración: María es anunciada por el arcángel Gabriel de parte de Dios para decirle que será la Madre del Hijo de Dios y Salvador nuestro, Jesucristo (Lc 1, 26-35). El Hijo de Dios, su predilecto, vendrá virginalmente de una jovencita, aldeana de Nazaret, que será la Mujer por excelencia de toda la creación. Alabemos a Dios por haber hecho maravillas en Ella. La aclamamos, y a Dios mismo, con su mismo cántico, el Magnificat (Lc 1, 46-55).
Quinta consideración: El mismo Jesús es presentado en México por Santa María de Guadalupe como el anunciado y esperado en esta región del planeta como el Gran Sol que vendrá a iluminar las tinieblas, el mismo que “aplastará a la serpiente antigua, al diablo, satanás…” (Apoc 12, 1-12). Dios es capaz de hacer lo que para nosotros es impensable, inimaginable. Une a México con su plan de salvación universal y en la plenitud de otros tiempos revela en México, para el mundo, su signo de gran esperanza para este gran continente americano y nos da la Gran Señal aparecida en el Tepeyac para todos los pueblos de la Tierra; una anunciación para pueblos que “han vivido en tinieblas y en sombras de muerte para llevarnos por el camino de la paz”, hoy tan necesitada en extremo en muchas partes del mundo, como aquí mismo.
Pidamos por el pueblo de México, escogido por Dios como Israel, para grandes batallas en favor de su Reino… Todavía le debemos mucho a Dios como nación ante tan gran elección… Pidamos nuestra conversión.
En la narración original —Nican Mopohua— le dice María a Juan Diego que Ella es “la siempre Virgen María, la Madre de Dios” (#62); a su vez, el narrador —Antonio Valeriano, llamado en su lengua “Pájaro de aguas”— completa la presentación de María diciendo: “Y aunque… aparecía con toda claridad que Ella era la Perfecta Virgen, la Amable, Maravillosa Madre de nuestro Salvador, nuestro Señor Jesucristo… no por eso se realizó (el deseo y petición de María…)” (N.M. 75-76). Hasta la autoridad eclesiástica, a veces, no colabora para los planes de Dios como Él desearía… Humildemente reconozcamos que no hemos estado a la altura de los planes de Dios y ofrezcámonos a Él para que haga, desde México, para el mundo, la realización de sus promesas…
Lecturas bíblicas complementarias: Jn 1, 1-14; Salmo 147; Ef 5, 1-14.
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Anunciamos, llenos de alegría, que somos hijas de Santa María de Guadalupe y hermanas de Cristo, el Señor, nuestro Salvador.